Uno de los pasajes que más me cautivan del Antiguo Testamento y que me han acompañado a lo largo de mi vida de fe es el de la elección de David por parte de Samuel. Primero vio a Eliab y quedó impresionado por su apariencia, a lo que el Señor le dijo:
«No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón.» 1 Sam 16,6-7
Hay tres cosas que llaman la atención de este texto, primero, Samuel se dejó engañar de la apariencia; segundo, Dios había descartado a Eliab; y tercero, la mirada de Dios es distinta a la mirada de los hombres. Samuel, Isaí, Eliab y David eran tan humanos como nosotros. Desde esa época hasta hoy seguimos cayendo en la misma trampa de los prejuicios, etiquetas sociales, atributos culturales y apariencias físicas. David en esa casa no reunía las cualidades que Samuel andaba buscando, sin embargo, Dios estaba viendo algo en aquel niño, que los que estaban alrededor de él no veían: su corazón.
Antes de conocer a Samuel, David tenía una relación de intimidad con Dios, que hizo de su corazón, uno conforme al de Dios (He 13,22); esto hizo que David viviese su vida desde dentro hacia afuera. Tenemos que entender que Dios vive y crece en nuestro interior en la medida en que desarrollamos una relación de intimidad con Él. Dios le dijo a Samuel que Él veía el corazón. Dios pone la mirada en quienes viven desde dentro, en quienes viven desde el corazón, en quienes viven para Él y para los demás.
Todo lo que Dios hace comienza en el interior. En lugar de vivir desde adentro hacia afuera, muchas personas viven al revés, viven desde fuera hacia adentro. Las circunstancias, los problemas y las complejidades de la vida controlan fácilmente a quienes no tienen una relación de intimidad con Dios y a quienes no permiten que el Dios que vive dentro de ellos, pueda crecer mientras ellos disminuyen.
Las personas que viven según lo que sucede alrededor de ellos, ya sea el trabajo, la familia, los noticieros, solo tienen la información inmediata de cómo son las cosas; pero desconocen cómo podrían ser, porque su vida está orientada de forma incorrecta. Si el ambiente donde se encuentra cambia, ellos cambian; si en su ambiente todo está bien, ellos están bien y si algo anda mal, ellos andan tristes. No sé si alguna vez has visto personas así, que ven todos los problemas de fuera y por estos problemas ellos cambian, incluso con la creencia de que el problema está en las personas y en el lugar, y si estos cambian, ellos también.
Dios nos ha llenado de su Espíritu Santo, de su poder, de su amor y ha colocado en nosotros una llama contagiosa que tiene poder y fuerza para transformar ambientes y atmósferas. Dios nos ha regalado su verdad para que transformemos la realidad. La realidad es todo aquello que nos rodea, nuestras circunstancias, cultura, ambientes; pero la verdad es aquello que ocurre por dentro, lo que Dios nos ha dicho, lo que ha confirmado que somos: sus hijos amados.
La verdad no es una información vacía, sino una persona viva, Jesús, quien nos da el Espíritu de la Verdad para que vivamos desde dentro, cambiando lo que nos rodea y no dejando que aquello que nos rodea nos cambie a nosotros. Aprender a vivir desde adentro puede afectar todas las áreas de nuestra vida, sin importar cuál sea la situación que estemos viviendo, podemos tener paz en la mente y gozo en el corazón; pues las cosas que haya en “mi ambiente” no cambian el tesoro escondido en mi corazón, ese que he recibido de Dios en la intimidad.
En una ocasión Jesús dijo a los fariseos que ellos eran buenos limpiando el exterior del vaso, pero el interior lo dejaban sucio. Se estaba refiriendo a sus vidas, las cuales tenían una apariencia de piedad, pero su corazón estaba corrompido y vacío, al punto de llamarles: “sepulcros blanqueados y raza de víboras”. Ellos daban más importancia al exterior que al corazón, a aquello que hacían por encima de lo que eran, lo que querían que los demás vieran, a lo que ellos reflejaban.
Dios nos creó para que lo comuniquemos, para que andemos en su presencia en el amor (Ef 1,4), transmitiendo aquello que Él es en todo lo que hacemos. Cuando vivimos desde dentro, nuestros ambientes serán afectados por la gracia de Dios que habita en nosotros. La vida que está dentro de ti se convertirá en vida para los que están alrededor de ti. Esa es la labor del Espíritu Santo: “Llenarnos de vida para que, desde dentro, transmitamos vida”.
David y Samuel nos enseñan que cuando no se vive desde dentro, sino desde la apariencia podemos impresionar a los hombres, pero no siempre aquello que impresiona a los hombres es lo que impresiona a Dios. Samuel había sido cautivado por Eliab, pero Dios lo había rechazado, no sabemos por qué lo rechazó, pero sí sabemos por qué escogió a David.
Que el Señor ponga nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón en Él, para que vivamos siempre desde adentro, buscando reproducir en nosotros su corazón.
Melchor Maldonado Amador
Ministerio Irrefrenable Misericordia