Por: Yuan Fuei Liao
/// El nombre de Dios es…
Me cae bien el papa Francisco. Me cae muy bien. Es cercano, sencillo, franco… ¡humano! Habla con un lenguaje tan acequible que resulta fácil entenderle. Y sobre todo, habla con el corazón en la mano y en la boca.
Una de sus declaraciones más elocuentes es precisamente el título de un libro-entrevista que acaba de ser publicado por Editorial Planeta: «El nombre de Dios es misericordia».
Es como si, después de tantos siglos de polémicas sobre el nombre de Dios, el papa Francisco nos quisiera descomplicar con una sencilla afirmación: «Dios se llama… ¡misericordia!». Parece que el papa Francisco está insinuando que, aunque cada religión pueda asignar sus nombres a Dios, hay algo común que nos debe unir, algo que para este pontífice tiene un valor tan absoluto que lo equipara a Dios: la misericordia.
Es curioso: me di cuenta de que en la palabra «misericorDIOSo» está contenida la palabra DIOS. También está contenida MISERI (de miseria) y COR (de corazón).
De hecho, etimológicamente la palabra «misericordia» alude a un corazón solidario, capaz de amar a quien padece alguna miseria (necesidad). Por eso, en el lenguaje corriente se identifica la misericordia con la compasión y el perdón.
Sentir misericordia no es tener lástima. La lástima supone un sentimiento pasajero que no compromete («ese asesino me da lástima… ojalá que se pudra en la cárcel»), mientras que la misericordia es una compasión solidaria con una fuerza poderosa de transformación (por ejemplo, el testimonio vehemente de aquella madre que perdona, desea y obra el bien para el asesino de su hijo, al punto de abrazarlo).
Misericordia vs Miseria
La misericordia no puede ser una aprobación del mal. Más bien es combatir el mal a fuerza de bien, según san Pablo (Romanos 12, 21). La misericordia tampoco se riñe con las leyes. Si una persona comete un acto delictivo es justo que pague por el daño hecho, pero para la redención de esa persona se precisa la misericordia. Es la idea fuerza en la novela «Los miserables», de Víctor Hugo, muy conocida por las adaptaciones al cine y a musicales.
La acción comienza con la llegada de Jean Valjean, el personaje principal, después de una sentencia de diecinueve años de prisión: su pasado como convicto lo abruma y es rechazado por todos. Solo el obispo Myriel le abre la puerta para ofrecerle alimento y refugio. Jean Valjean muestra un gran resentimiento con la sociedad. Roba la vajilla de plata del obispo y huye. Cuando es detenido y llevado por la policía ante el obispo Myriel, este cuenta a la policía que él le había regalado la vajilla de plata y que aún se había olvidado de darle dos candelabros, consiguiendo así que Valjean quede libre de nuevo. Después logra que Valjean, sintiéndose perdonado, se comprometa a redimir su vida. A partir de ese acto, Jean Valjean empieza a transformarse hasta llegar a ser un reputado hombre de bien… redimido por la misericordia.
Jesús: rostro de la misericordia de Dios
Sin necesidad de ir a casos extremos, podemos practicar la misericordia en lo cotidiano. Empecemos por reconocer que Dios es misericordioso; que primero nos cansaremos de hacer el mal, antes de que que él se canse de hacernos el bien. El mismo papa Francisco nos ha convocado a un año jubilar de la misericordia. En el documento de la convocatoria nos ha dicho: «La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo» (Misericordiae Vultus).
Así que en este año de la misericordia, lo primero es una invitación a experimentar el amor misericordioso de un Dios que nunca se cansa de amar y perdonar. «Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia». (Salmo 107, 1).
Otra vez, las palabras del
papa nos iluminan:
«Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En mis méritos? Pero “mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos” (Sermón 61, 5). Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos, sin embargo, aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más, somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa» (Homilía en la Basílica de San Juan de Letrán, 7 de abril de 2013).
¡Qué belleza y qué delicia es gustar de las sabias palabras del papa Francisco que nos convoca y nos exhorta a confiar en la propuesta divina, que es «caricia de amor»!
Abraham y el mendigo blasfemo
Se cuenta que un día, Abraham invitó a un mendigo a comer en su tienda. Cuando Abraham estaba dando gracias, el otro empezó a maldecir a Dios y a decir que no soportaba oír su santo Nombre. Lleno de indignación, Abraham echó al blasfemo de su tienda. Aquella noche, cuando estaba haciendo sus oraciones, le dijo Dios a Abraham: «Ese hombre ha blasfemado de mí y me ha injuriado durante cincuenta años y, sin embargo, yo le he dado de comer todos los días. ¿No podías haberlo soportado tú al menos durante un solo almuerzo?».
Obras de misericordia
Lo dijo Jesús: «Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso» (Lucas 6, 36). Lo segundo es hacer obras de misericordia: luego de saborear la misericordia divina, somos invitados a practicar la misericordia humana. Las obras de misericordia se pueden dividir en corporales y espirituales:
Obras de misericordia corporales (según Mateo 25, 31-46): Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, asistir a los enfermos, visitar a los presos. Obras de misericordia espirituales que propone la Iglesia: Dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, orar por las personas necesitadas. En resumen, se trata de tender nuestras manos y nuestra vida hacia el otro en necesidad, como en el siguiente relato:
«Estaba seguro
de que vendrías»
«Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo». «Permiso denegado», replicó el oficial. «No quiero que arriesgues tu vida por un hombre que probablemente ha muerto». El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó gravemente herido, cargando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: «¡Te dije que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dime, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?». Y el soldado, herido, respondió: «¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: «Jack… estaba seguro de que vendrías».
Fuente: REVISTA IÓN CORRIENTE ALTERNA | EDICIÓN 22