Soy madre de dos hermosas bendiciones, regalos de la infinita misericordia de Dios. Durante 5 años pensé que mi hija Alisson sería la única que tendría, ya que mi salud parecía impedirme concebir nuevamente. Pero los planes de Dios son perfectos y siempre mayores que los nuestros; su Palabra y voluntad trascienden cualquier diagnóstico médico. Contra todo pronóstico, utilizando inyecciones diarias y anticonceptivos, quedé embarazada, y aunque el camino no fue fácil, vi a Dios obrar en cada momento de este milagro.
El martes 26 de noviembre, tras un embarazo de alto riesgo y luego de haber soportado más de dos meses de contracciones prematuras y dolor constante, me realizaron una cesárea de emergencia. Nació Alonso, pero solo pude verlo por unos segundos. El bebé no lloró, y en ese instante sentí que mi mundo se derrumbaba. Antes de sacarlo, el doctor y su equipo lo encomendaron a Dios. Aunque tengo fe, el miedo me consumía. Esa primera noche, sin verlo, fue la más larga y angustiante de mi vida.
Al siguiente día de su nacimiento, ese miércoles, nos dieron la noticia de que debían colocarle un catéter central porque tenía hipertensión pulmonar y su corazón estaba trabajando al límite. Sin embargo, al siguiente día no se le realizó la cirugía porque el cirujano pasó por el fallecimiento de su madre. Sorprendentemente, la doctora me dijo: “No será necesario colocarle el catéter; Alonso está respondiendo bien a los medicamentos por el suero”.
Durante esos ocho días, no sentí cansancio ni dolor ante el hecho de tener que trasladarme 8 kilómetros cuatro veces al día, para llevarle “el oro líquido” (leche materna), al área de cuidado neonatal. Experimenté una fuerza que no era mía, sino de Dios; y claro, también la de ese amor que supera barreras, el amor de una madre. Cada vez que le entregaba la leche a la enfermera, pensaba: “Aquí va Jesús, siendo alimento y medicina para mi bebé”.
Dios abrió tantas puertas a través de oraciones, tanto de personas que me estiman como de desconocidos, que incluso al día siguiente de la cesárea, pude caminar para ver a mi hijo sin ningún dolor. Cada vez que entraba a verlo, contaba en mi mente cómo su barriguita se inflaba y desinflaba 60 o 70 veces por minuto; hacía un gran esfuerzo para respirar. Solo podía decir en esas 70 veces: “Dios mío protégelo”.
En medio de esa angustia, tuve un sueño que me dio esperanza: vi a mi abuela caminar desde los brazos de Jesús de la Misericordia. En vida, ella siempre decía que ese cuadro representaba el corazón de Jesús. En el sueño, mi abuela me entregó al bebé en brazos. Cuando desperté el miércoles por la mañana, dije con fe: “El próximo martes me entregarán a mi bebé”. Guardé ese pensamiento hasta el viernes, cuando me dieron de alta. Solo se lo conté a mi hermana y a una tía. Yo también estuve interna una semana debido a mi condición autoinmune llamada Síndrome Antifosfolípido, la cual padecen 50 de cada 100,000 personas y hace muy riesgoso llevar un embarazo.
Esa misma condición me hizo perder mi primer embarazo tan solo cinco días después de enterarme que estaba en gestación. Un embarazo que incluso muchos cuestionaron si era real. Pero, para la gloria de Dios, tras ese doloroso episodio, ahora tengo dos hermosos hijos.
Cuando supe que estaba embarazada, alguien me dijo: “Alonso vendrá a llevarse toda esa enfermedad de tu cuerpo”. Y, sorprendentemente, hoy no tengo anemia, inflamación ni el cansancio extremo que acompañan al SAAF. Mi sobrino de cinco años, un día, al observar detenidamente el cuadro de Jesús que era de mi abuela Nelly, me dijo: “Dios dice que vas a tener un bebé”.
Finalmente, el martes 3 de diciembre, como lo creí por fe, luego de ese sueño, me entregaron a mi bebé. Le faltaba completar la medicina para el corazón, y la pediatra autorizó dármela en una jeringa para administrársela en casa. Jesús obró en lo físico y emocional porque estuve calmada y en constante oración, yo sabía que todo iba a estar bien.
Ahora, Alonso en salud y yo también, con más fe que nunca, creo firmemente que Dios siempre tiene un plan.
Más que tener fe,
hay que confiar y depositar
toda situación en Él.
Cuando le creemos, los miedos se convierten en esperanza y los diagnósticos en milagros. Gracias, Dios Todopoderoso, por transformar mis miedos en fe y convertir mis miedos y angustias en esperanza.
-Nicaury Custodio Gutiérrez
Soy madre de dos hermosas bendiciones, regalos de la infinita misericordia de Dios. Durante 5 años pensé que mi hija Alisson sería la única que tendría, ya que mi salud parecía impedirme concebir nuevamente. Pero los planes de Dios son perfectos y siempre mayores que los nuestros; su Palabra y voluntad trascienden cualquier diagnóstico médico. Contra todo pronóstico, utilizando inyecciones diarias y anticonceptivos, quedé embarazada, y aunque el camino no fue fácil, vi a Dios obrar en cada momento de este milagro.
El martes 26 de noviembre, tras un embarazo de alto riesgo y luego de haber soportado más de dos meses de contracciones prematuras y dolor constante, me realizaron una cesárea de emergencia. Nació Alonso, pero solo pude verlo por unos segundos. El bebé no lloró, y en ese instante sentí que mi mundo se derrumbaba. Antes de sacarlo, el doctor y su equipo lo encomendaron a Dios. Aunque tengo fe, el miedo me consumía. Esa primera noche, sin verlo, fue la más larga y angustiante de mi vida.
Al siguiente día de su nacimiento, ese miércoles, nos dieron la noticia de que debían colocarle un catéter central porque tenía hipertensión pulmonar y su corazón estaba trabajando al límite. Sin embargo, al siguiente día no se le realizó la cirugía porque el cirujano pasó por el fallecimiento de su madre. Sorprendentemente, la doctora me dijo: “No será necesario colocarle el catéter; Alonso está respondiendo bien a los medicamentos por el suero”.
Durante esos ocho días, no sentí cansancio ni dolor ante el hecho de tener que trasladarme 8 kilómetros cuatro veces al día, para llevarle “el oro líquido” (leche materna), al área de cuidado neonatal. Experimenté una fuerza que no era mía, sino de Dios; y claro, también la de ese amor que supera barreras, el amor de una madre. Cada vez que le entregaba la leche a la enfermera, pensaba: “Aquí va Jesús, siendo alimento y medicina para mi bebé”.
Dios abrió tantas puertas a través de oraciones, tanto de personas que me estiman como de desconocidos, que incluso al día siguiente de la cesárea, pude caminar para ver a mi hijo sin ningún dolor. Cada vez que entraba a verlo, contaba en mi mente cómo su barriguita se inflaba y desinflaba 60 o 70 veces por minuto; hacía un gran esfuerzo para respirar. Solo podía decir en esas 70 veces: “Dios mío protégelo”.
En medio de esa angustia, tuve un sueño que me dio esperanza: vi a mi abuela caminar desde los brazos de Jesús de la Misericordia. En vida, ella siempre decía que ese cuadro representaba el corazón de Jesús. En el sueño, mi abuela me entregó al bebé en brazos. Cuando desperté el miércoles por la mañana, dije con fe: “El próximo martes me entregarán a mi bebé”. Guardé ese pensamiento hasta el viernes, cuando me dieron de alta. Solo se lo conté a mi hermana y a una tía. Yo también estuve interna una semana debido a mi condición autoinmune llamada Síndrome Antifosfolípido, la cual padecen 50 de cada 100,000 personas y hace muy riesgoso llevar un embarazo.
Esa misma condición me hizo perder mi primer embarazo tan solo cinco días después de enterarme que estaba en gestación. Un embarazo que incluso muchos cuestionaron si era real. Pero, para la gloria de Dios, tras ese doloroso episodio, ahora tengo dos hermosos hijos.
Cuando supe que estaba embarazada, alguien me dijo: “Alonso vendrá a llevarse toda esa enfermedad de tu cuerpo”. Y, sorprendentemente, hoy no tengo anemia, inflamación ni el cansancio extremo que acompañan al SAAF. Mi sobrino de cinco años, un día, al observar detenidamente el cuadro de Jesús que era de mi abuela Nelly, me dijo: “Dios dice que vas a tener un bebé”.
Finalmente, el martes 3 de diciembre, como lo creí por fe, luego de ese sueño, me entregaron a mi bebé. Le faltaba completar la medicina para el corazón, y la pediatra autorizó dármela en una jeringa para administrársela en casa. Jesús obró en lo físico y emocional porque estuve calmada y en constante oración, yo sabía que todo iba a estar bien.
Ahora, Alonso en salud y yo también, con más fe que nunca, creo firmemente que Dios siempre tiene un plan.
Más que tener fe,
hay que confiar y depositar
toda situación en Él.
Cuando le creemos, los miedos se convierten en esperanza y los diagnósticos en milagros. Gracias, Dios Todopoderoso, por transformar mis miedos en fe y convertir mis miedos y angustias en esperanza.
-Nicaury Custodio Gutiérrez
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