Este año que acaba de finalizar fue particularmente difícil para mi familia. Perdimos a nuestro hermano menor, en la flor de la juventud y de forma inesperada. Este acontecimiento nos marcó profundamente y nos dejó con el corazón hecho jirones.
Ante situaciones como estas, uno tiende a cuestionarse muchas cosas y es muy fácil perder el horizonte de la fe. Se experimenta un poco, en carne propia, aquel grito desconcertante de Jesús desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 43). Jesús sabía perfectamente que su Padre lo amaba y no creo que dudara de su cercanía, pero hay momentos en la vida en que la desesperanza nos domina y no somos capaces de percibir lo que Dios está haciendo.
Nos pasa como el cuento aquel del Bordado de Dios: “Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Observaba el trabajo de mi mamá desde una posición más baja de donde estaba sentada ella, así que siempre me quejaba diciéndole que desde mi punto de vista lo que estaba haciendo me parecía muy confuso.
Ella me sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde mi posición”. Me preguntaba por qué usaba algunos hilos de colores oscuros y por qué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Unos minutos más tarde escuchaba la voz de mi mamá diciéndome: “Hijo, ven y siéntate en mi regazo.”
Yo lo hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo se veía tan confuso. Entonces mi mamá me decía: “Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Había un diseño, solo lo estaba siguiendo. Ahora míralo desde mi posición y sabrás lo que estaba haciendo.”
Muchas veces, a lo largo de los años he mirado al cielo y he dicho: “Padre, ¿qué estás haciendo? Él responde: “Estoy bordando tu vida”. Entonces yo le replico: “Pero se ve tan confuso, es un des- orden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿por qué no son más brillan- tes?”. Y Dios parece decirme: “Mi niño, ocúpate de tu trabajo… que yo estoy haciendo el mío. Un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces entenderás…”
Como en el cuento, no siempre alcanzamos a comprender el pro- pósito de lo que está aconteciendo en nuestra vida. Por momentos, nos puede más la confusión que la fe. Pero como decía un libro que leí hace muchos años, “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido”, muchas de las preguntas, especialmente las que empiezan con las palabras por qué, tendrán que quedarse sin respuesta por ahora. Dios no se apresurará a explicar lo que Él está haciendo y tendremos que aprender a aceptar que nuestra comprensión es parcial. Sin embargo, aún en la más terrible de las circunstancias, el plan de Dios es maravilloso.
El día de la tormenta Olga en el año 2007, recuerdo que me desperté muy de mañana y todo estaba oscuro, tan oscuro, que parecía aún de noche. Estando en mi cama, me sobrevino este pensamiento: a pesar de la oscuridad de este día, el sol está en el mismo lugar de siempre a esta hora de la mañana, la diferencia de hoy es que no puedo verlo, porque las nubes me lo impiden.
Haciendo un paralelismo con la vida de fe, en nuestros días de tormenta como pueden ser enfermedades, pérdidas, tribulaciones o sentimientos de soledad, resulta muy difícil ver a Dios; sin embargo, Él se encuentra en el mismo lugar que antes, aunque seamos incapaces de percibirlo por los grandes nubarrones que ocultan su presencia. Basta esperar un poco a que se disipen las tinieblas y lo comprobaremos.
Reconozco que en muchas ocasiones se me ha hecho difícil mantener esa actitud de confianza. He sido como esa niña que, desde abajo, solo ve confusión y desorden. He atravesado por períodos en donde he sentido que Dios me ha desamparado y he experimentado soledad en momentos de dolor. Pero ahí, donde la duda y la desconfianza nublan la razón y la desolación parece arropar el corazón, ha prevalecido una certeza que está más allá de los sentidos: Dios es fiel, Él no se muda y está especialmente presente en los momentos más sombríos de mi existencia.
Cuando creamos que Dios ha perdido el control de lo que nos está sucediendo y lleguemos, incluso, a sentirnos heridos y decepcionados de Él; cuando en medio de la prueba, lo percibamos distante y hasta ausente; cuando aquel al que hemos amado, adorado y servido, parezca callado e indiferente, es el momento en que necesitamos pedirle al Padre que nos siente en su regazo y que nos ayude a ver, desde arriba, desde su mirada, el hermoso bordado que está tejiendo.
Estamos empezando un nuevo año, una página en blanco llena de promesas, proyectos, sueños y expectativas. Pero lo cierto es, que por más que hayamos planificado cómo queremos que sea, no sabemos lo que pueda pasar mañana. Preguntémonos desde ahora, cuál será nuestra actitud: ¿permitiremos que esos acontecimientos impredecibles, y con aparente carencia de sentido, socaven nuestra fe, o decidiremos creer que lo que Dios hace tiene un sentido, aun cuando no lo tenga para nosotros? Quizás no nos libre de las tormentas; pero es seguro que estará como el sol, en el mismo lugar de siempre.
– Eva Baquero Haigler