Ese acoge a los pecadores y come con ellos, por Fray Diego Rojas O.P.

marzo 30, 2025

Casi a mitad de cuaresma la parábola del hijo pródigo, que es una pieza maestra de la narrativa neotestamentaria, nos ilustra de manera extraordinaria la obra principal que vino a realizar Jesucristo en el mundo: nuestra reconciliación con el Padre. A la impertinente murmuración de escribas y fariseos, para quienes era inconcebible que un maestro se acercara a lo impuro y fuera acogedor con los despreciables, Jesús presenta la figura del Padre que ama a sus hijos por encima de todo. Ama al hijo menor que se va a pesar de su distanciamiento y ama al hijo mayor, a pesar de que nunca se ha ido, pero cuya “lealtad” resulta muy cuestionable por cómo reacciona al recibimiento de su hermano.

En el marco cuaresmal, que nos invita a la conversión, a volver al Padre, a recapacitar, nos resultaría fácil identificarnos con la figura del hijo menor, pues todos nos hemos alejado de una u otra forma del Padre, hemos malgastado la herencia, hemos sufrido la adversidad y, al vernos necesitados y desvalidos, recapacitamos, volvemos arrepentidos y pidiendo perdón. Y sí, somos recibidos con misericordia y amor por un Padre que no nos retira su amor. Podría ser de alguna forma el resumen de la vivencia cuaresmal. Pero ¡cuidado! si nos quedamos solo ahí, en la identificación con el hijo menor, podemos perdernos y autoengañarnos. 

Nuestra historia también puede ser la del hijo mayor, que siempre ha estado cerca del Padre, obediente y cumplidor, pero acomodado y cerrado sobre sí mismo, sin que le afecte la suerte de su hermano que se fue, y sin alegrarse de que regresó. En pocas palabras, sin empatía ni compasión. Se apoya en la ley y la “justicia” para hacer prevalecer su posición, menospreciando la fiesta de reconciliación que sucede frente a él. Rechaza la compasión, no tolera la alegría del otro. Aún estando en la Iglesia, aún siendo fieles a las normas y ritos, podemos estar muy lejos del banquete de reconciliación. También ahí hay que recapacitar.

Pero también nos correspondería tener las actitudes del padre de la historia que, en primera instancia, respeta la autodeterminación del hijo menor, le da lo que le pide y le deja libre. Teniendo poder y autoridad, ¿dejamos libres a los otros, respetamos sus decisiones? O ¿queremos sobreproteger? Que sobreproteger es una manera fina de ser egoísta y pensar que el otro sin mí ayuda y presencia no vale nada. Y ¿si el otro se equivoca y recapacita? ¿Le recibimos con los brazos abiertos? ¿le acogemos? 

En la obra de reconciliación sin duda hay un protagonista: El Padre que respeta la libertad y que acoge sin reparo y alegría, pero la obra está incompleta si no hay un beneficiario de esa libertad, que, si la usa mal, recapacita y se abre a la misericordia. Tampoco está completa si la comunidad no se alegra y se une a la fiesta de esa reconciliación. Pidamos al Espíritu su ayuda para que nos ayude ver lo que tenemos de hijo menor y de hijo mayor, recapacitar y dejarnos acoger por el que acoge a los pecadores y come con ellos.

 

– Fray Diego Rojas, O.P.

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