Por Juan Francisco Puello Herrera
Formación humana y religiosa en la familia actual
El tema de la formación humana y religiosa en la familia hay que analizarlo partiendo del hecho que la educación es vista como un proceso que permite a cada individuo formar parte constitutiva de la sociedad, proceso que empieza en la familia, continúa en la escuela y se prolonga durante toda la existencia. Por tanto el educador es aquel que interviene de algún modo en la educación de otros.
Así pues, educar significa favorecer el desarrollo coherente e integral de la persona a quien se educa, aportando las condiciones necesarias (personales, ambientales, materiales y otras) para que ese desarrollo se dé de la mejor manera. Es evidente entonces, que la educación es algo distinto pero complementario a la procreación, y se adquiere a partir del nacimiento
Con referencia a lo anterior y pensando en la educación para los nuevos tiempos concuerdan los pedagogos que “la educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, hacer fructificar sus talentos y todas sus capacidades de creación, lo que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto personal”.
En este propósito, la buena educación es una de las manifestaciones más genuinas de la verdadera caridad, y que hoy lamentablemente se encuentra en vías de extinción. Sobre esa base, no existe la mala educación, sino en todo caso la falta de ella. Entendiendo, que para que haya una sociedad más justa y equilibrada, hay que revalorizar los aspectos éticos y culturales de la educación, con la finalidad de proveer a cada cual de los medios que hagan posible vencer la intolerancia, poniendo a su alcance la posibilidad de comprender al otro en su individualidad y comprender a un mundo cada vez más caótico y competitivo.
En los marcos de las observaciones anteriores, la educación vista desde los hijos es un proceso, pero vista desde los padres es una acción; esto explica el porqué de la «hostilidad de muchos padres contra la escuela que deriva de sentirse educados a la vez que sus hijos” .
Cabe agregar que la misión de los padres es enseñar y preparar a los hijos a vivir en libertad con respeto y autonomía, aprendiendo a ser felices y hacer felices a los demás en la medida de lo posible. Vale destacar, el educar con amor en el que el ordeno y mando no aporta nada constructivo, porque el fin básico de la educación es engendrar felicidad, como el fin último de la acción educativa es el logro de la individualidad que equivale a la autonomía.
De acuerdo con los razonamientos que se han venido realizando, Bernabé Tierno nos dice que para educar para los nuevos tiempos debe implicar: » Tratar a cada hijo como persona diferente, independiente y libre; tratar a cada hijo como persona diferente, independiente y libre; estar atento para reforzar y alentar cuanto de positivo tenga el educando; sugerir, contagiar con el ejemplo vivo el valor que se quiere desarrollar; actuar siempre desde la madurez, desde la coherencia interna, desde la propia verdad, ofreciendo lo mejor de nosotros mismos sin alardes; actuar de forma sincera, abierta y honesta, compartiendo con los hijos con naturalidad y sencillez nuestra vida».
Se observa claramente que la tragedia que viven muchas familias hoy día es consecuencia de que no han educado a sus hijos en el amor. Por tanto, la mejor forma para educar a los hijos de cara los nuevos tiempos es renunciando a los egoísmos, pero con un amor que debe ser operativo, traducido eficazmente en obras. Un amor que debe manifestarse en el empeño esforzado de los padres para que los hijos sean responsables y que puedan disfrutar de su libertad bajo el entendido que los padres no son más que administradores de un inmenso tesoro que Dios ha puesto en sus manos. Se trata de una educación familiar que funcione por vía del ejemplo, a través de la coherencia de vida que vean en sus progenitores. Lo penoso es que muchos padres pasan más tiempo formando o llenando de conocimientos a los hijos que formando su carácter y su personalidad.
Adviértase que, ante el fracaso de experimentos y nuevas teorías educativas, la educación para los nuevos tiempos o tiempos inciertos que se viven en la actualidad, precisa el redescubrir el alcance de la educación que va más allá de las posibilidades estrictamente humanas y que apunta a una educación desde una perspectiva sobrenatural, en la que la plenitud de cada persona es importante, realizando en su vida la vocación personal que le corresponde como hijos de Dios, y alcanzando en la otra la posesión del encuentro total con Él.
Al llegar a este punto, la importancia del orden sobrenatural de la educación de cara a los tiempos fuertes que vive la familia hoy, rebasa las miras y los logros humanos a nivel cultural para que, al elevar el espíritu hacia Dios (creador del género humano) se reciba de Él la gracia santificante que permita encontrar el sentido de la propia vida. De igual manera, de cómo encauzar el propio perfeccionamiento hacia la realización plena terrenal de la vocación personal, como hijos de Dios, y el encuentro pleno con Él como finalidad propia, en la vida eterna.
Bien pareciera por todo lo anterior, que el orden sobrenatural de la educación se dirige a la plenitud de cada persona, y que se resume en cuatro aspectos: «1ro. Impregnar la vida con el espíritu propio de saberse hijos de Dios; 2do. No perder nunca de vista que si bien la educación está relacionada con el cuerpo (físico), esta sólo es posible en virtud de las facultades superiores a las que está ordenado (inteligencia y voluntad); 3ro. Buscar la perfección a través de la santidad (En la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate del Papa Francisco sobre el llamado a la santidad en el mundo actual expresa: «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos…».); 4to. Crear conciencia de las propias limitaciones que tenemos como educadores y la plena confianza en Dios como Padre común y como sumo educador».
Creo indiscutible la afirmación de que, la familia es una realidad de orden fundamentalmente espiritual en la que la fusión de valores personales de aquellos que la conforman, la agrupación y relación humana en la que cada persona es conocida, valorada y amada como es, el orden sobrenatural juega en esta un papel preponderante principalmente: «Cultivando el asiduo cuidado de las facultades intelectuales; desarrollando la capacidad del recto juicio; promoviendo el sentido de los valores; preparando para la vida profesional; fomentando la mutua comprensión; y siendo un centro de laboriosidad de cuyos frutos debe participar toda la sociedad».
La educación cristiana como forma de vencer las miserias humanas es la mejor porque no sólo persigue la madurez de la persona humana, sino que busca sobre todo que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe mientras son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación para que aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, disponiéndose a vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, a la edad de la plenitud de Cristo. Se necesita de padres que formen un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca educación integral, personal y social de los hijos.
De la anterior afirmación nace el hecho de que la familia es y debe ser una comunidad de vida y amor, una fuerza permanente y una meta final de ese grupo humano que es el amor, que crece cada día en la misma proporción que crece la fidelidad a ese amor donde se comparte todo, su proyecto de vida, lo que son y lo que tienen.
No hay duda que en la familia por su servicio a la vida es la que provee los nuevos miembros a la sociedad; en ella aprenden las virtudes sociales que son la vida y el desarrollo de esta y donde debe darse el radicalismo del amor cristiano de presentarnos como prójimo y como hermano al enemigo.