“…el que quiera entre ustedes llegar a ser grande, será su servidor,
y el que quiera entre ustedes ser el primero, será su siervo; así como el
Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar
su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20, 26-28)
Cada día se desentrañan con mayor claridad, la realidad y las metáforas de tus pasos, Señor, cargados de simbolismo, en medio de las durezas y quebraduras múltiples de nuestro paso por el camino.
Contigo se van haciendo palpables las claves visibles e invisibles de ese amor incondicional que redime, de esa compasión que libera y de esa invitación a transitar senderos siempre cohesionadores, en medio de una comprensión ilimitada de lo que es, de lo que no es y de lo que puede ser.
Y por encima de toda intencionalidad y de tantas carencias que paralizan el andar, cada día se surcan nuevas rutas y horizontes para trazar caminos y andanzas ilimitados, gracias a todo este movimiento cíclico universal de la vida que gira y justifica sin parar el encuentro y el abrazo con un mejor destino.
De ahí que tu poder es portador de tiempos sin tiempo y de memorias eternizadas, en un mundo convulso que se quiebra y se construye con la luz del relámpago. Un tiempo en donde vamos curtidos del fango y de todos los lodos posibles de la tierra; y al encontrarnos exhaustos y deshechos, tú, compasiva y amorosamente, nos abrazas bajo el manto sagrado de tu plenitud siempre cálida, bienhechora, confiada y protectora.
Y toda vez tú, con el poder de esos brazos inmensos que continúan acogiendo a esta humanidad errante y perdida en su propio suelo, esta humanidad enredada en lo ilógico de su inmenso caos; en medio de tantos afanes sin rumbo, continúas legándonos la sagrada inocencia que nos redime, sin importar decepciones, desengaños y negaciones.
Te haces presencia poderosa, tú, para retomarnos sin cansancio desde la mirada compasiva que cohesiona la vida rota y deshilachada que se escapa; la vida que se nos va por cualquier resquicio colmado de agonía desmedida, intentando llenar el baúl sin fondo de más agobio, ambición, inutilidades y sin sentidos.
Tú, como el mejor alfarero del antes, del durante y del después, nos levantas desde tu presencia de poder, con la confianza renovada, sin importar cuántas veces dejamos extraviar la brújula que siempre nos legas, como heredad amorosa, para conducir los pasos en el camino pautado con tu luz.
Y en ese ir y venir, siempre estás tú. Presencia viva, constante y confiada que no se agota. Tú, surtidor de esperanzas, de entendimiento y de misericordia ilimitados, vuelves como maestro amoroso a recordarnos lo que nunca entendimos y lo que siempre se nos olvida, a pesar de la sencillez de tu vida que traduce coherentemente tu magisterio.
Tal vez no entendimos el regalo del libre albedrío, tal vez se nos nubló el horizonte de libertad ilimitada y de elecciones múltiples. Posiblemente fue complejo entender la naturaleza humana, en diálogo permanente con el otro, como síntesis de plenitud y entendimiento universal.
Puede ser que lo que llevamos dentro se tergiversó de tal manera, que el entendimiento se nubló, en medio de una agonía vital que no cesa; y olvidamos que la sanación se trabaja, que las puertas abiertas son puentes indestructibles, que la justicia es camino de doble vía, para transformar todo lo improcedente, en un mundo de imaginarios cada vez más complejos y desarraigados.
¿Por qué ha sido tan difícil entender las claves de tu poder?
Entonces, Jesús, se sentó, llamó a los doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. (Marcos 9, 35)
La vida simple, el servicio y la humildad compartida son los códigos más significativos de tu poder. Tu liderazgo amoroso y acogedor, no tuvo cerco, ni muros ni coartadas humillantes. Rompiste paradigmas, lavaste nuestros pies curtidos de caminos y de errancia, antepusiste a los otros, haciendo del servicio amoroso y del sacrificio, tus puntos cardinales, más allá de todo norte, sur, este y oeste.
¿Es que acaso no escuchamos la voz de tu llamado?
Te dimos la espalda, nuestra ofrenda fue el rechazo, miramos aquí, allá y para cualquier lado; cargaste con nuestras culpas, corona de espinas, vinagre, cruz, burlas… y nada nos importó.
Tu humildad, sacrificio y capacidad de entrega, como claves de tu poder ilimitado, nos confrontan tanto que seguimos reacios para escuchar y más aún para entender que somos interdependientes. Son muchas las distorsiones que nos hacen sentir autosuficientes, capaces de anularnos los unos sobre los otros en todos los sentidos.
Desafíos desde las claves amorosas de tu poder
Desde el espíritu de humildad y de servicio transformadores en los que se basa tu poder, más allá del yo personal, está la otra manera amorosa de mirar el yo colectivo, como parte del nosotros y de los demás. Y es ahí donde habita la alegría del tú junto a mí, en búsqueda de entendimiento sin límites, sin el cual no somos ni seremos nada, ahora ni jamás.
Posiblemente, para entender tu poder liberador, y dónde habitan las supremacías verdaderas, sea necesario liberarse de toda idea de imposición y de fuerza intencional, que nos coloca en posición de superioridad, desde la egolatría, la ambición y creencia enfermiza de que somos mejores y más que los demás.
Porque, ¿Cómo fue que se nos hizo tan fácil olvidar que somos humanos, familia, colectivo y comunidad que camina, que tiene sueños, que tiene luchas, que siente anhelos, que alimenta esperanzas en búsqueda de luces y horizontes para asignar el mejor de los sentidos a su existencia después del túnel?
¿Cómo olvidar que somos tan fuertes y tan frágiles a la vez?
Posiblemente, el reto para el entendimiento de tu poder, que no está en dudas, esté demasiado cerca de aquella invitación a volver a ser como niños. Entonces, hay que estar sumamente atentos a cuáles son nuestros argumentos, nuestras razones y las esencias que fundamentan nuestros motivos: «No hagan nada por egoísmo o vanidad; …» (Filipenses 2, 3).
Gracias por el poder de la cruz, por tu corona de espinas, por lavarnos los pies, por la agonía de tu sed…, y otros tantos simbolismos y realidades sagradas.
Gracias Señor por tu vida puesta al servicio ilimitado de los demás, por tus huellas, por tu camino de amor incondicional, de paz, conciliación, compasión, acogida y entendimiento, como fundamentos reales de tu generosidad y de tu poder.
– Carmen Sánchez.
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