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TESTIMONIOS DE LUZ
Testimonio de Luz – Prestado: El milagro de un hijo

Esto ocurrió hace ya veinte años, pero en mi memoria sigue vivo como si hubiese pasado anoche. Mi hijo, Luis Arturo, tenía entonces 17 años. Era la noche del 24 de agosto del 2005. Estábamos en casa y de repente escuchamos unos disparos. Mi esposo se levantó de un salto: “¡Esos fueron tiros!”. Salimos al balcón y vimos al guachimán forcejeando con un muchacho en la calle. Escuchamos al joven gritar: “¡Mami, mami!”. Recuerdo que pensé con compasión: “Ay, mira, ese ladrón está llamando a su mamá”. Pero todo cambió en segundos. El muchacho le decía al guachimán: “¡Yo vivo aquí!”. Cuando alguien del edificio le preguntó en cuál edificio, él respondió: “En el 5”. Mi esposo y yo nos miramos helados. Nosotros vivíamos en el edificio 5. Corrimos al cuarto de mi hijo. Él no estaba ahí. Sentí que el mundo se me desmoronaba. Mi esposo salió desesperado gritando: “¡Ese es mi hijo! ¡Ese es mi hijo!”. Lo llevó de inmediato a la clínica. Yo, paralizada, había empezado a marcar al 911 una y otra vez.

El guachimán lo confundió con un ladrón y le disparó. Lo hirió en el pulmón, el estómago y el brazo. Luego, estando ya en el suelo, le dio un golpe en la cabeza con la escopeta. En la clínica, los médicos comenzaron una carrera contrarreloj. Primero lo operaron del pulmón, luego del estómago, del brazo, y finalmente llegó la neurocirujana. Su diagnóstico fue desgarrador, perdió masa encefálica: “Si sobrevive —lo cual dudo— no hablará, no caminará, será un vegetal”. Yo la miré y le respondí con serenidad y fe:

Vaya a operar, que yo me voy a orar”.

Así lo hice. Me arrodillé sin saber si volvería a escuchar la voz de mi hijo. Mi oración fue sencilla: “Señor Jesús, yo sé que no es mío. Yo sé que es prestado. Gracias por habérmelo prestado estos 17 años. Ahora, si tú quieres, déjamelo un ratito más. Pero sé que no es mío, es tuyo”. A partir de ese momento, se desató una cadena de oración que llegó hasta Santiago. Amigos, familiares, vecinos, todos clamaban por la vida de Luis Arturo. Una persona me regaló una pequeña imagen de la Virgen. Yo no me despegaba de ella. Oré con esa Virgencita en las manos toda la noche.

Contra todo pronóstico, mi hijo salió de la cirugía con vida. Y no solo con vida. Cuando me dejaron pasar a verlo, lo primero que me dijo fue: “Mami, tengo hambre”. Yo, que había sido advertida de que no hablaría ni reaccionaría, casi me desmayo de la sorpresa y la alegría. Le dije: “¿Tú viste la película de Jesús, “La pasión”? Lo que Cristo pasó fue mucho más. Así que tú vas a salir de esta”.

Le entregué la imagen de la Virgencita. Le dije: “Yo no puedo estar siempre aquí, pero esta es la Madre de Jesús. Pídele lo que necesites”. Las enfermeras me decían que él no soltaba esa imagen ni para dormir. Cuando me pidió ir al baño, yo no lo podía creer: ¡quería caminar! Contra todo lo dicho por los médicos, se levantó con ayuda y fue al baño por sus propios pies.

En otra ocasión, lo encontré conversando solo. Me dijo que hablaba con la Señora. Luego, una prima de mi esposo tenía unas flores y me confesó que, sin saber por qué, las había dejado en una casa de niños maltratados, justo a los pies de una imagen de la Virgen. Otra persona, muy cercana a mí, me dijo que mientras oraba por Luis Arturo, vio en una imagen mental cómo la Virgen se quitaba estrellas del manto y se las colocaba en cada una de las heridas de mi hijo.

También debo resaltar que me llamó una prima mía y me contó: “Lucy, yo estaba en un grupo de oración y, mientras orábamos, una señora dijo que en el grupo estaba presente alguien que tenía un familiar interno. Le respondí que era yo, que tenía a un sobrino interno. Entonces, la señora me recalcó que la Virgen le dijo que ella lo cubrió con su manto y que él se sanaría. Y que lo único que ella le pedía a la mamá del joven era que le llevara flores”. Cuando mi prima me dijo eso, yo me dije: “¡La Virgencita! Pero ¿qué advocación es, para yo llevarle las flores?”.

Le dieron de alta a mi hijo. Seguíamos sin saber de qué advocación era la imagen que le habían regalado, hasta que mi hijo abrió la computadora y buscó: “Virgen”. Apareció la imagen de la Virgen Milagrosa. “Es esa”, me dijo. “Tú eres un milagro”, le respondí. Cuando llegó el momento de visitar a la neurocirujana, ella me advirtió que bajaría a buscarlo a emergencia, porque en su mente, mi hijo aún era un “vegetal”. Su consultorio quedaba en un segundo piso sin ascensor. Pero cuando ella vio a Luis Arturo entrar por su propio pie, le dijo: “¡Esto no está en los libros de medicina!”. Y añadió: “Tú no estás supuesto a estar vivo. Así que no te va a pasar nada”.

Durante el juicio contra la compañía de seguridad, el abogado contrario no creía que un joven que había recibido tantos daños pudiese estar tan bien. Pero cuando me tocó hablar, dije: “Precisamente: no se supone que alguien que pasó por todo eso esté vivo; pero él lo está. Es un milagro”. Luis Arturo quedó con algunas secuelas: no puede escribir con la mano derecha y tiene que esforzarse un poco para mover el brazo. Pero terminó el colegio, se graduó de la universidad, hizo una maestría y trabaja. Y lo más importante: ¡está vivo!

Desde entonces, me encuentro medallas de la Virgen Milagrosa por todas partes. En bolsos, cajones, regalos inesperados… Un día, mientras esperaba una terapia sin nada que leer, una monja se acercó y me regaló la novena de la Milagrosa.

Hace poco, en enero, fui con mi hijo a la Basílica de Higüey. Le llevamos flores a la Virgen. Al salir, mi hijo tomó una foto de un hombre que lavaba el techo. Más tarde me enseñó la imagen: parecía que el agua formaba las alas de un ángel. Le dije: “Es la Virgen, recordándote que tu ángel de la guarda siempre te cuida”.

A veces vuelvo a recordar que el día de mi boda, cuando ya nos íbamos de la iglesia, sentí el impulso de ir y dejarle mi ramo a la Virgen. No sé por qué lo hice, pero ahora creo que esa entrega fue una promesa anticipada.

Desde entonces, ya no digo “mi hijo”, “mi hija”, “mi esposo”. No son míos. Son prestados. Ese fue mi aprendizaje más grande. Luis Arturo es, y siempre será, un milagro viviente.

El 27 de este mes de noviembre celebramos la fiesta de la Medalla Milagrosa. Yo solo puedo decir con todo mi corazón: ¡Gracias, Virgen Milagrosa!

 

– Lucy Caamaño.

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