Érase una vez un ratoncito travieso que acostumbraba jugar junto a los rieles del metro de Santo Domingo, que pasaba cerca de donde vivía. Algunas veces se atrevía incluso a acostarse sobre los rieles, desafiando a los trenes, pero, cuando veía algún tren, rápidamente se apartaba casi en forma burlona y lo veía pasar.
Pero un día se recostó y lamentablemente se durmió, sin darse cuenta de que su rabito se había quedado encima de los rieles. De repente pasó un tren a toda marcha y se lo cortó.
El ratoncito, adolorido, se acercó donde había quedado su rabito. Lo miraba, lo contemplaba con pesar agachando su cabeza hacia la partecita de su cuerpo que había quedado tirada sobre el riel y, pobre de él, otro tren que se acercaba le llevó la cabeza. Aquí termina la historia.
MORALEJA: Hay que tener sumo cuidado de no perder la cabeza por un rabito, por las tonterías y superficialidades que atraen y distraen a la gente.
Durante la Semana Santa es fácil perder la cabeza por cualquier rabito. Pero si nos descuidamos, nos llevan el pescuezo.
Hay personas que pierden la cabeza por las drogas. En Semana Santa, en vez de levantar su corazón hacia Dios, se dan un “viaje” que las privan de su capacidad de pensar, pisoteando así su dignidad, arrastrándose por el suelo sin control de sus emociones.
A otras el alcohol los vuelve locos, continuando en Semana Santa el camino sin sentido que llevan todo el año. Hacen de la bebida excesiva y la borrachera la razón de ser de estos días santos.
Hay personas que en la Semana Mayor pierden la cabeza alimentando a quienes, sin ningún tipo de escrúpulos, negocian con el sexo desordenado. En lugar de ir donde pueden encontrar el amor verdadero, visitan los santuarios de la prostitución o del amor fácil, o se asfixian sin control de cualquier hombre o mujer que encuentran casualmente en el camino.
Mucha gente pierde la cabeza en estos días santos y los ven como sinónimo de viajes para “gozar”, ruido a todo meter, bebedera descontrolada, can en las playas, ostentación de armas de fuego, distribución de preservativos y tantas otras expresiones del descontrol humano.
Pero no todo es negativo, hay personas que pierden la cabeza por cosas más significativas y positivas. Y hay quienes, ojalá seamos todos (as), pierden la cabeza después de encontrar a Dios en su vida. Se atreven a dar la vida por las cosas de Dios.
La Semana Santa nos ofrece, en bandeja de plata, la oportunidad de encontrar a Dios, a través del misterio de amor de Jesús hacia la humanidad. El murió y resucitó para darnos vida.
Muchos quieren vivir al margen de la fe en Dios y, en forma más atrevida, hay quienes, en un esfuerzo inútil, se envalentonan enfrentándose a El con la intención de destruirlo. Con orgullo y creyéndose superhombres y supermujeres se burlan incluso de quienes abren en su vida La Puerta de la Fe.
Fue lo que sucedió poco después de la revolución francesa, cuando Reveillère Lépaux, uno de los jefes de la república, que había asistido al saqueo de iglesias y a la matanza de sacerdotes, se dijo a sí mismo: «Ha llegado la hora de reemplazar a Cristo. Voy a fundar una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso».
Pero su proyecto de fundar una religión laica, sin Dios, no funcionó. Al cabo de un tiempo, el «inventor» acudió desconsolado a Napoleón Bonaparte, ya primer cónsul, y le dijo: –¿Lo creerá, señor? Mi religión es preciosa, pero no arraiga entre el pueblo.Respondió Bonaparte: – “Ciudadano colega, ¿tienes seriamente la intención de hacer la competencia a Jesucristo? No hay más que un medio; haz lo que Él hizo: hazte crucificar un viernes, y trata de resucitar el domingo.” Esa es la clave.
Hasta perder la cabeza
El encuentro con Jesús es un gran desafío. El está a la puerta de cada persona esperando que le abra. El encuentro con El compromete hasta perder la cabeza.
El encuentro con Cristo le da sentido a la vida. Esa misma vida, que en ocasiones pensamos que no vale mucho y en la que fácilmente perdemos la cabeza con tonterías que nos distraen, es la misma por la que Jesús se entregó en la cruz.
El encuentro con Jesús Resucitado, transforma nuestras vidas y nos hace felices, comprometiéndonos a revolucionar este mundo con la fuerza del amor que El nos dejó como la propuesta más hermosa.
Toda persona que se encuentra con Jesús, cambia radicalmente su vida. Pedro era un humilde pescador y terminó siendo la piedra sobre la que el Señor edificó su Iglesia; María Magdalena, de mujer adúltera, se convirtió en una santa; Zaqueo, la Samaritana, Mateo, Agustín, Francisco de Asís y millones y millones más que a través de la historia se cruzaron en el camino con Jesús Resucitado, y se quedaron con Él, nunca volvieron a ser los mismos.
En esta Semana Santa, la Puerta de la Fe se ha abierto en nuestras vidas y, con la gracia de Dios, nada ni nadie la podrá cerrar.
Cuando se entra por la Puerta de la Fe y se encuentra a Jesús Resucitado, somos capaces de perder la cabeza por El. Pero esa Puerta de la Fe tiene un candado que sólo se abre con la llave del amor.
Rvdo. Padre Luis Rosario