En mi infancia siempre estuve vinculada a la fe católica. Mi familia era pequeña: solo mi padre, mi madre y yo; pero éramos muy unidos y ellos se encargaron de darme una formación en la fe desde muy temprana edad. Mi padre, especialmente, era muy devoto a sus costumbres religiosas, por lo que fui bautizada antes de cumplir mi primer año de edad; más adelante recibí catequesis y de ahí el sacramento de la Primera Comunión.
Era una niña con imaginación muy viva. Al no tener hermanos pasaba mucho tiempo sola en casa; me gustaba escribir e imaginar mundos fantásticos, y conté siempre con el apoyo de mis padres, que con esfuerzo y sacrificios me dieron una niñez estable y tranquila, lo que me permitía enfocarme en mis estudios y actividades adicionales.
Recuerdo que también disfrutaba formar parte de las actividades de la parroquia a la que pertenecíamos: las fiestas patronales, el tiempo de la Cuaresma, actividades de Navidad, todo esto significaba para mí un tiempo de mucha reflexión y en el que compartía mucho con mis padres -que eran miembros importantes de la comunidad y ayudaban cada año en los distintos proyectos de la iglesia- y con otros integrantes de la parroquia y sus hijos; nunca faltábamos a Misa los domingos y adicionalmente a todo esto, rezábamos el Santo Rosario cada sábado por la noche, junto a varios hermanos del residencial. Nos reuníamos en la casa de alguno de los integrantes, rezábamos y reflexionábamos los misterios con solemnidad y al finalizar compartíamos un rico brindis. ¡Eran tiempos felices!
Pasaron los años y fui cambiando, al terminar mi último año del bachillerato recibí mi Confirmación, aunque ya no estaba tan involucrada en las actividades parroquiales. Perdí el interés en ir a Misa los domingos y estaba más enfocada en la universidad que pronto iba a comenzar. Era el año 2007, momento en que las redes sociales ya comenzaban a posicionarse en nuestras vidas. Cada vez pasaba más tiempo en la computadora, me volví experta en personalizar mis perfiles de »Hi5» y »Myspace» (las redes sociales del momento, antes de que llegara Facebook), y también publicaba mis escritos en un blog al que dedicaba igual o mayor cantidad de tiempo. Mi mundo era mi presencia en línea y cómo me percibían los demás; tenía una necesidad de reconocimiento que no había sentido antes. Poco a poco me fui involucrando con la comunidad de poetas y escritores locales y asistía a sus eventos con frecuencia.
Poco después de cumplir los 19 años de edad, di con un material que sembró una mala semilla en mi mente. En el año 2008, Youtube llegó para quedarse, y con él todo tipo de contenidos no regulados a los que no teníamos acceso antes. Fue como si se hubiese abierto mi mundo a ideas y pensamientos desconocidos. Recuerdo que la primera vez que vi el documental »Zeitgeist» quedé muy impresionada. En este material, su autor Peter Joseph se encargó de »desenmascarar» los principales dogmas e ideologías religiosas de la historia moderna. Con datos e informaciones presentados en una forma convincente, declaraba que las religiones eran básicamente solo una forma de control para las masas, que los líderes religiosos de los últimos tiempos eran timadores y que la historia de Jesús que habíamos escuchado por más de 2,000 años era solo una versión reciclada de la de otros dioses egipcios que habían existido previamente.
A partir de este momento, fue que oficialmente comenzó mi camino alejada de la fe. Poco a poco fui adoptando ideas extrañas, queriendo »expandir» mi mente con pensamientos más »sofisticados». La religión ya era para mí algo anticuado, que solo las personas con poco nivel intelectual seguían. Mi curiosidad me había llevado hacia un mundo de ambigüedad espiritual, en el que los valores y una vida de moralidad pasaban a un segundo plano. Toparme con estas nuevas ideas solo significaba una cosa para mi «Libertad». Sentía que ya no había nada atándome, que ya nadie me podía decir cómo comportarme y vestirme, y que las creencias y costumbres que una vez me mantenían apartada del pecado, ya no significaban nada.
Por muchos años viví una vida sin Dios, para la decepción de mi padre, que continuaba practicando su fe con gran compromiso. Al pasar el tiempo, los rosarios y otras actividades dejaron de hacerse. Mi madre se fue del país y solo quedamos mi padre y yo. Hoy me pongo a mirar atrás y pienso que Dios nunca me abandonó, a pesar de que yo lo abandoné a Él: conseguí trabajo en mi área de estudios, conocí al que en la actualidad es mi esposo, me gradué de la universidad, me casé y llevaba una vida sana, aunque aún no regresaba a mi fe.
En el año 2021, llegó mi hija, quien ha sido una gran bendición para nosotros. Previo a eso, nos habíamos mudado, luego de comprar nuestra primera vivienda, y comenzamos una nueva vida en familia. Lo verdaderamente especial es que este nuevo hogar tenía al frente una parroquia.
Adelantémonos al año 2024, que es cuando finalmente regreso a casa de mi Padre del Cielo. Luego de tantos años influenciada por ideas espirituales erróneas sentía que, a pesar de las bendiciones en mi vida, y de que era »libre», no era feliz. Algo le hacía falta a mi alma. Un domingo de enero me animé a recibir la Eucaristía en la parroquia de enfrente, luego de que el Amor de Dios, de forma sorprendente, había inundado mi corazón. Aquella Eucaristía trajo a mi alma algo excepcional; me sentía segura, amada y protegida, y le pedí perdón a Dios por mi actitud del pasado. Llegó después el domingo próximo, y regresé, y así fue pasando cada domingo y a cada Misa iba con mayor deseo, incluso llevando a mi hija conmigo. Decidí reconciliarme verdaderamente con Dios y confesé todos mis pecados; fue como si hubiese vuelto a nacer. Mi fe nunca ha sido más fuerte que hoy en día.
Ahora entiendo verdaderamente el mensaje que nos quiso traer Cristo hace tantos siglos atrás, que es el mensaje de nuestra Salvación. Ahora entiendo que esta vida terrenal es temporal, que nuestra meta es el Cielo, y que nuestro mayor enemigo es el pecado y todo lo que se desata a partir de él; por lo que la Iglesia no trata de controlarnos, trata de asegurarnos un lugar junto al Padre, que no es posible si vivimos una vida alejada de Él; y esto es lo que hace el pecado, alejarnos de Dios. Cada día le agradezco más al Señor el haberme traído de regreso, pues sin su intercesión, al igual que la de mi madre la Virgen María, esto no hubiese sido posible.
– María del Pilar Menéndez